domingo, 5 de octubre de 2014

Insectos necrófagos

Insectos necrófagos

Los artrópodos que colonizan un cadáver resultan de gran ayuda para los forenses. El análisis de su desarrollo arroja luz sobre la fecha de la muerte.

Una tarde de primavera, los ocupantes de un edificio notan con desagrado un hedor pestilente. Alertado, el portero localiza el origen de las emanaciones: no es el local destinado a las basuras, sino un apartamento del segundo piso. Los bomberos llegan al lugar, revientan la puerta y descubren en la habitación un cuerpo en avanzado estado de descomposición.
La habitación muestra un gran desorden. Sobre la almohada, una revista de televisión de hace tres semanas da una idea de la fecha de la muerte. Durante la autopsia, el médico forense establecerá las causas del fallecimiento, pero no podrá confirmar el período post mórtem: más allá de 24 horas, solo llegará a establecer un tiempo aproximado, pues el estado del cadáver ya no permitirá hacer una estimación precisa. El responsable de la instrucción del caso contacta entonces con entomólogos especializados en investigación criminal.
Estos recogen gusanos o, mejor dicho, larvas de dípteros (orden de insectos que comprende las moscas y los mosquitos), sobre el cadáver, bajo la cama, sobre la alfombra de la habitación... El protocolo de recolección está bien definido: vestidos con una indumentaria blanca, los técnicos depositan los insectos dentro de bocales ya preparados al efecto, toman la temperatura y conservan vivos algunos ejemplares. Para estos últimos el tiempo apremia, pues no deben morir antes de llegar al laboratorio, porque entonces no servirían para nada.
Los especialistas estiman entonces el tiempo transcurrido tras la muerte fundándose en la fisiología del desarrollo de determinados insectos necrófagos, que normalmente colonizan los cadáveres y contribuyen a su descomposición. Este es el ámbito de la entomología legal, o forense, que permite deducir la fecha de la muerte, información que puede resultar decisiva en una instrucción judicial.
Tal disciplina no se limita a las escenas del crimen. Se ocupa de todos los aspectos del estudio de los insectos (o, más generalmente, de los artrópodos, un tipo filogenético que contiene también las arañas y los ácaros) de los que la justicia puede sacar provecho.

El hombre de neandertal se extinguió hace 40.000 años.

El hombre de neandertal se extinguió hace 40.000 años

El solapamiento con la especie humana actual duró entre 2.600 y 5.400 años, dependiendo de la región.


Hace 45.000 años, el continente europeo era fundamentalmente neandertal, con algunas bolsas de una nueva especie humana, la nuestra. Pocos miles de años después, los segundos se extendían por todo el territorio y los primeros habían desaparecido. Dicha extinción se produjo hace 40.000 años (entre 41.000 y 39.000) según una nueva investigación basada en la datación, con técnicas avanzadas, de huesos y artefactos procedentes de yacimientos arqueológicos de todo el continente, desde Rusia hasta España. La información es importante, señalan los investigadores en la revista Nature, para explicar “los factores culturales, tecnológicos y biológicos implicados en la sustitución de los neandertales” por nuestros antepasados directos, así como la interrelación entre unos y otros. El solapamiento de las dos especies y la eliminación de una de ellas duró entre 2.600 y 5.400 años, dependiendo de la región.
“Es crucial determinar la relación espaciotemporal entre las dos poblaciones si queremos comprender los procesos, la cronología y las razones que condujeron a la desaparición de los neandertales y el probable intercambio cultural y genético”, explican Tom Higham (Universidad de Oxford) y sus colegas.
Los científicos han usado técnicas de espectrometría de masas (los análisis convencionales de carbono 14 pierden precisión en las edades cruciales del final de los neandertales) para datar piezas rescatadas en 40 yacimientos y fijan el final de los neandertales y su cultura musteriense hace unos 40.000 años. Este límite temporal, subraya en Nature William Davies, de la Universidad de Southampton (Reino Unido), sitúa en “mera hipótesis” la supervivencia posterior de neandertales en la Península Ibérica, como algunos han defendido basándose en la presencia tardía de industria lítica musteriense en regiones como Gibraltar. Se sabe que, en otras zonas, los humanos modernos fabricaban piezas similares, recuerda el experto británico.
La transición, esos pocos miles de años en los que la distribución geográfica de las dos especies conformó un mosaico dinámico en el territorio, “sugiere que hubo tiempo suficiente para la transmisión cultural y de comportamientos simbólicos, así como para el posible intercambio genético entre los dos grupos”, señala los autores de la investigación.
Enlace.

Identifican 700 variantes genéticas relacionadas con la estatura.

Identifican 700 variantes genéticas relacionadas con la estatura

Unas 700 variantes genéticas que contribuyen a definir la estatura de una persona fueron identificadas gracias a una amplia investigación científica internacional, en un avance que podría mejorar el tratamiento de ciertas enfermedades relacionadas con el crecimiento.

Unos 450 expertos estadounidenses, europeos y australianos, reunidos en el consorcio GIANT (Genetic Investigation of Anthropometric Traits), hicieron este descubrimiento al examinar el ADN de más de 250.000 europeos, según un estudio publicado este domingo en la revista científica británica Nature Genetics.
Se identificaron 697 variantes genéticas en más de 400 regiones del genoma implicado en la estatura, es decir el triple de las conocidas hasta ahora.
"Ahora podemos explicar alrededor de un 20% de la herencia de la altura, contra 12% hasta ahora", comentó Tonu Eskio, del Hospital de Niños de Boston, uno de los autores del estudio.
Estudios precedentes ya demostraron que la talla de los individuos depende en un 80% de factores hereditarios y en un 20% de factores relacionados con la alimentación y el medio ambiente.
Para Tim Frayling, profesor en la universidad británica de Exeter, los trabajos realizados podrían tener, más allá de "la satisfacción de la curiosidad científica", un "impacto real sobre el tratamiento de enfermedades que pueden relacionarse con la estatura, como la osteoporosis, el cáncer o las enfermedades cardíacas".
Según los estudios publicados, una gran estatura podría implicar un incremento del riesgo de sufrir cáncer de seno o de próstata, y un riesgo menor de padecer enfermedades cardiovasculares.
Pero los trabajos del consorcio también podrían "tranquilizar a los padres inquietos al ver que sus hijos no crecen como esperaban. La mayor parte de esos niños simplemente heredaron una gran cantidad de genes de 'talla pequeña'", asegura Frayling.

Enlace: